3 Poemas de Matías Mendez
Río de oro
Una chica —de campo, que corría
en una galería inmensa
entre hermanos y caballos,
intuyendo historias de la guerra cercana
por una radio con mala señal,
que olía la sangre de gallinas y esperaba cartas
mientras sonaba Beethoven
hasta hacerse tempranamente adulta
y ya no esperarlas, con el pelo enrulado y alto,
en un espacio reducido, extrañando
los paisajes que vería
solo en películas— engendró un hijo.
El hijo, a su vez, pasó de la casa reducida
donde un tío interpretaba piezas para guitarra clásica,
a un departamento aún más reducido, con dos hijos,
con la música, que siguió siendo la misma y también cambió,
como pasa con las personas y con los cuerpos
—el suyo delgado de energía—,
junto a mí mamá, que por las fotos sé que tenía otro color de pelo
que nunca le ví:
los dos producto y pequeña representación
de su época primaveral, alegre, y caótica.
Es raro que el tiempo se suceda,
pero ahora que el turno es mío
me toca estar conmovido por caballos,
perdido entre paisajes y películas —pero por separado—
delgado de energía, a veces menos vital,
escuchando la misma música y a veces otra,
pero con la diferencia del lugar en común
desgastado,
envuelto entre alambres de púa,
demasiado débil para moverme en su agua tan espesa
por lo valiosa—
Un pez en un río de oro.
Un trabajo de talacha
El camino
que lleva hasta la casa se ilumina
con la luz intermitente de una luciérnaga
sobre una hoja del limonero,
la marea está alta, la interisleña suena
y ya la reconozco:
cierro los ojos
para fortalecer la escucha: la luz azul
baña —nunca mejor dicho— tu cuerpo
desnudo y alérgico, brotado por el contacto
mínimo
los antígenos y anticuerpos que practican
su guerra propia, con la misma intensidad
de la niebla que cubre
la superficie del río, del mosquito
que vuela hacia una telaraña sin prever su propia
muerte, o de una casa que se inclina y queda
en desnivel: el agua y el viento que pudren
la madera, las manos que pueden ser crueles
pero también desactivarse o torcer su función: proteger con barniz
un muelle precario y dejar de ampollarse
al machetear los yuyos
que invaden la huerta: un trabajo de talacha,
un corte diagonal
que puede derribar un árbol entero
bajo el cual un gato
se acuesta para evitar el sol,
y tus manos con agua fría
lo acarician como haciendo paños
para calmarlo.
Insistencia
No tenemos
ni idea. ¿Serán zorros los que caminan
por la ruta? Queda nieve, y los castores se esconden
en su madriguera. Los versos
no se anotan durante el viaje. Están
en el cerro que se monta
sobre las piedras del acantilado, en las nubes
que ocultan las montañas.
Por qué estoy ahora
viendo accidentes antiguos. Tengo que hacerme
cargo de la sangre que bombeo.
Algo que justifique lo que observo. Me concentro
en el ripio. En los pies que se endurecen.
Insisto para que algo pase,
como el rayo que parte el cielo para revelar
qué hay del otro lado:
nada, pero insisto.
Matías Mendez nació en Floresta, Buenos Aires, Argentina, en 1997. Es poeta y traductor. Es Licenciado en Artes Audiovisuales en la Universidad Nacional de las Artes. Es editor en “Como un lugar”. Publicó “La lucidez” (2021) por Hexágono Editoras. Forma parte de la productora de cine Proyecto Excursus. Trabaja en su segundo libro de poemas, “En la casa de la coincidencia”, y en su primera novela.