5 Poemas de Violeta Sticotti
Los pensamientos armaron un campamento aparte, lejos de la orilla. A la sombra fresca de los árboles del bosque. Para los locos, cortinas de satén, arroz de cena, estatuillas de bronce del año anterior.
Para los locos, luciérnagas tejidas en un saco de lana, alfombras manchadas con vino dulce, un espiral de medias sirve de frontera.
Para los locos, útiles sin nombre, un placard de cosas perdidas, cáscaras de naranja secas puestas en un estante.
Para los locos, un cascabel de trigo, estrella fugaz en el horizonte, botellas de arena de colores estridentes, con dibujos de montañas que brillan al amanecer.
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A pesar de haber esperado, por horas, a los comensales, el señor se negaba a desarmar la mesa. La mesa era de un mármol grueso y gastado, y había pertenecido a un colegio de monjas. Por eso tenía algunas inscripciones talladas con navaja o con un cuchillo tramontina. Las inscripciones eran las siglas de las distintas monjas. AVV. MFJ. Por ejemplo. Las patas de la mesa eran de madera maciza y estaban gastadas por los años de uso. Siempre que esperaba comensales, usaba un mantel. En esta ocasión el mantel era de una tela con bastante algodón, se podría decir, 70%, teñido de un color gris claro y un poco arrugado. Sobre el mantel había siete vasos color verde botella, siete copas chicas de vidrio rosado, con figuras rupestres grabadas alrededor. Los platos eran de porcelana antigua y habían pertenecido a su abuela. El diámetro era de 23 centímetros y tenían una guarda de estrellas doradas algo despintadas por el paso del tiempo que cubrían toda la circunferencia. Siete cuchillos y siete tenedores de plata descansaban sobre siete servilletas de poplín dobladas de forma rectangular. Era una composición austera, elegante. A su entender, perfecta. Daba pena desarmarla. La misma pena que enfrenta una chica cuando, al volver a su casa, comprueba que la complejidad de su atuendo y el empeño que puso en él no estuvo para nada en concordancia con el placer que experimentó esa noche.
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El sol está cayendo y es tiempo de huir. La arena está fría y es tiempo de huir. Hay una lluvia de sapos y es tiempo de huir. Flautas suenan a la par del tiempo y es tiempo de huir. Tu corazón pega un salto al horizonte y es tiempo de huir. Todos quieren algo nuevo y es tiempo de huir. Fue solamente un sueño y es tiempo de huir. Algo es mejor que nada y es tiempo de huir. La galaxia está loca y es tiempo de huir. Está hecho a medida y es tiempo de huir. Si pensás que podés salvarte es tiempo de huir. Las nubes están violetas y es tiempo de huir. La alarma suena desde dentro del colchón y es tiempo de huir. Lloran las ranas y es tiempo de huir.
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¡Ahora bien!, dicen, ¡Ahora! ¡Bien! Si pudieras calzarte el sombrero y enfrentarte a ver las cosas como realmente son, entonces, ¡ahora bien! Si en vez de tu imaginación usaras tu ¡ahora bien!… Saldré a correr, saldré a dar un paseo, saldré a ver la salida de los bomberos, a ver cómo colocan los ladrillos en el edificio de enfrente, en fila, uno por uno, distanciados por capas finas de cemento. Al cemento lo preparan con arena. ¿Y la arena es transportada por? ¡Burros! Que, además de resistentes, son muy memoriosos. Así que los dejan sueltos y ellos hacen de memoria el camino del camión a la playa, del camión a la playa, del camión a la playa, en donde los esperan varias personas para llenar los sacos que cargan en sus lomos.
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Aún escapando de una gran tristeza, le dijo un ratón al otro. Si, si, escapando. Huyendo, digamos. Por los intrincados mecanismos de cañerías que sirven, realmente, para distraernos de otras cosas. Si, sirven, realmente, para enfocarnos en otros asuntos. Ahhh, pero qué maravillosa tarde que hemos pasado mi querido, le dijo el otro ratón. La recuerdo ahora, mirando la luna llena a través de la ventana. Guardo en mi todavía la emoción que me dejaron los minutos posteriores a tu partida y con ella se desvanecen aún las grandes tristezas por un momento. Como cuando recorro los retorcidos mecanismos de cañerías que me llevan a tu encuentro, y estoy yendo hacia vos, pero llevo una canción en mi corazón, y una flor en el ojal, y un cerebro hecho de agua. Voy hacia vos recorriendo el intrincado sistema de cañerías local, regional, algunas veces nacional, e incluso las más grandes tristezas parecen por un momento desvanecerse por completo. Y ya no escapo de ellas sino que voy hacia vos y eso pasa a ser lo principal. Si, si, le decía un ratón al otro, este es el asunto entre el martillo y yo, el que recorre las tuberías aplastandolas como si las cosas tuviesen arreglo inmediato. Aunque no le falta delicadeza, extrema sutileza en los movimientos, como el primer deslizamiento hacia el submundo que resultan ser, a veces, los enrevesados mecanismos de tuberías locales, en los que me zambullo escapando de una respuesta que de modo alguno me resulta convincente, y en el contestador escucho un sonido que me recuerda a vos, las impresiones de esa tarde se han grabado en mi también, aunque sea de forma frágil y breve y dure solo un rato.
Violeta Sticotti nació en Buenos Aires en 1997. Estudia la licenciatura en Artes de la Escritura de la UNA. Publicó el libro La forma del río (2020) por la editorial Trench y es co-autora del libro Radio Fantasma (2023) por la editorial Wendy’s Subway.